sábado, 21 de febrero de 2009

LIVING LAS VEGAS



Me fui del Estado de Utah con muchos nuevos amigos,
incluso tuve una fiesta de despedida, que en realidad
fue la fiesta mas falsa de la historia. Primero, porque a
la mayoría de la gente que vino apenas la había visto una o dos veces
en esa semana. Segundo, porque finalmente me quedé 3 días más
después de esa fiesta. Lo más increíble fue que no quedó ni una
de las cien empanadas que cociné. Tal vez algún día decida emigrar
y ponerme mi propio negocio de empanadas. O de clases de baile latino,
como dos estudiantes universitarias me sugirieron, luego de tomar
una clase intensiva al ritmo de la salsa, la cumbia y el cuarteto
(incluyendo un mini trnecito con "Saca la mano Antonio").

Las Vegas me recibió nublada y bastante fría. Me encontré con mis
amigos argentinos en la terminal del Greyhound y pareció que fue sólo hace un par de meses que los visité por última vez. En realidad pasaron más de 7 años. Me sorprendí
como sus hijos entienden español, pero contestan en inglés. Recorrí
casi todos los casinos y hasta vi al ex presidente Bill Clinton haciendo
compras en uno de los negocios de arte.

Hace mas de 8 años que viven en Las Vegas. Habían dejado una Argentina
en resaca luego de la fiesta menemista, donde parecía que los únicos
trabajos disponibles para lo jóvenes eran repartidor de pizza o promotora
de alguna marca de champagne importado. Y si tenías suerte capaz te elegían de
entre otros miles como cajero en McDonalds o repositor de los Coto
que se multiplicaban en los barrios del conurbano, ocupando
los predios de las grandes fábricas que cerraban año tras año.
Que país el nuestro: le costó poco empezar el siglo veinte como uno de las tierras más promisorias del nuevo mundo, y así de repente terminó ese mismo siglo sumergido en un devastador colapso económico, político y humano.

Ya en sus treintaitantos, son parte de esa generación diezmada por el exilio
económico de la gran crisis. Quizás, esas miles de asusencias les permitieron a otros miles conseguir trabajo más fácilmente en estos últimos cinco años.
Cuando hablan de Argentina, pareciera que se siente un poco de nostalgia y quizás algo de bronca por lo que pudo haber sido o lo que tuvieron que dejar atrás. No debe ser fácil rehacer la vida en un país que si bien recompensa velozmente al esfuerzo y te permite obtener muchísimos logros, así de rápido te hace notar la desconfianza y el prejuicio que hay con cualquiera que hable con algún acento exótico.

La realidad es que el mundo se está haciendo cada vez mas pequeño y las distancias se achican gracias al avance de las telecomunicaciones. "Las banderas son un pedazo de trapo", dice siempre mi abuelo, que irónicamente fue criado en una familia donde la esvástica flameó por años como si fuera la bandera argentina en algún patio de escuela.

Y Argentina es lo que los argentinos pensamos o nos acordamos de ella: más que el mate, el asado o los gobiernos demasiado pintorescos, son nuestros recuerdos de la infancia, barrios, amigos y familias. Donde vamos llevamos ese cinismo criticón y esa agudez para detectar las abundantes contradicciones primermundistas. Y también llevamos el gen de la familia Benvenuto y la viveza criolla que nos ayuda a sobrevivir. Muchos no aguantan y luego de meses o de años deciden volver. Los que no vuelven, les dejarán a sus hijos un legado complejo, lleno de tradiciones gauchas y mediterráneas. Vivirán en Argentina a través de sus padres, aunque crezcan en el hemisferio opuesto y se rían de la idea de celebrar las navidades con 35 grados de calor.

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