martes, 10 de febrero de 2009

MORMONIA






Cuando llegué a Provo, una de las primeras cosas que hice fue ir al supermercado con mi amigo. "Esto es una colonia Amish", le dije, entre risas, perplejo por la homogeneidad de esta region, comparada con la cosmopolita y multiétnica Gran Manzana.

No es la misma ciudad que visité siete años atrás. Mi escuela de inglés ya no está más. Tampoco el supermercado donde me compraba panchos a 50 centavos de dólar. Más sorprendente aún, ahora vi carteles apoyando a OBAMA en los departamentos de la Universidad de Brigham Young, y conocí varios chicos que se autodescriben como "mormones socialistas". Es más, mucha gente acá ahora piensa que no es mala idea casarse despues de los veinticinco.

El siglo 21 llegó tambien, finalmente, a Utah.

Y así de golpe llegaron también tantos recuerdos:
Por ejemplo, lo que significó crecer mormón en la ciudad más liberal de Sudamérica. Sentirte sobreprotegido en tantas circunstancias, pero desprotegido en muchas otras. Que tu papá se alegrara cuando juntaba a sus hijos para leer la biblia o el libro de Mormón, mientras los demás papas celebraban que Boca salía campeón. Que tu mamá te contara sus experiencias religiosas, bordeando lo mágico y místico, antes que otros cuentos infantiles. Y el domingo, "la famiglia unita", pero antes las 3 horas de Iglesia.

Un chico un poco atribulado y amante de la noche que al cumplir los 19 se fue dos años a buscar a Dios al sur de Chile. Pensó que lo había encontrado entre la nieve y el hielo frente al Estrecho de Magallanes. O bajo la lluvia helada de un pueblito casi abandonado a la sombra de un Volcán. Quizás entre las chimeneas de Temuco o los ríos valdivianos. Contando chistes, haciendo amigos, comiendo sopaipillas, leyendo, compartiendo, llevando gente a la Iglesia, riendo y llorando.

En realidad, con el tiempo me dí cuenta que lo encontré donde siempre había estado. Adentro mío. Asi tal cual soy. Con mis debilidades y fortalezas. Porque soy parte de él, como todas las demás 6000 milllones de personas que compartimos esta casa.

Siempre seré ese niño mormon de buenos aires. Casi timido y descoordinado, siempre curioso y algo irreverente. Que se pide un hot chocolate en Starbucks en vez de café, que le cuesta decir malas palabras, que casi nunca negaría un favor a un amigo o familiar, y que siempre se va a emocionar tocando en el piano alguna canción que hable de Jesus.

Hay cosas que siempre van a ser igual. Son como son. Utah cambió un poco en estos años, pero las montañas siguen cubriéndose de blanco en un típico lunes de febrero.

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