lunes, 9 de septiembre de 2019

Calor y Cosas Lindas

Todavía siento una sensación de agobio cuando recuerdo el sol abrasador y el aire caliente y pegajoso de Río de Janeiro. Creo que se le dice la ciudad maravillosa, y es posible que se queden cortos. Es verdad que hay que andar con mucho cuidado. ¿Pero en qué otro lugar es posible recorrer una gran urbe construida entre montañas selváticas, lagunas tranquilas y un mar azul verdoso? ¿Hay algún otro sitio donde se supere esa proporción de belleza paisajística y humana por metro cuadrado de las playas de Ipanema, Barra da Tijuca o Copacabana? Hasta ahora no conocí.

A lo largo de las diferentes visitas vi la lenta transformación de los distritos decadentes y aterradores del centro histórico en barrios cada vez más coloridos, nutridos con nueva vida y con música. Porque la música, al igual que la alegría, siempre está presente en gran parte de esta ciudad, no por nada es tan famoso su carnaval. Hasta la gente cuando habla fuerte en su acento carioca suena a samba y a fiesta. Y cuando van a la playa tienen un ritual fabuloso: aplauden cada vez que baja el sol durante el atardecer. Es evidente que hay que agradecer al astro por ser el iluminador de semejante puesta en escena.

Cada vez que fui pospuse subir hasta el Cristo Redentor hasta un siguiente viaje, como una excusa que me obligue a regresar. Y ahora que el invierno frío de Buenos Aires se encapricha en no irse más, me están volviendo estos recuerdos. Igual que las ganas de volver a ahogarme en ese aire caliente, saturado de humedad y cosas lindas.


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