jueves, 2 de junio de 2011

Pregunta




Un amigo preguntó qué es la felicidad. Y yo pensé. Y creo que la felicidad no es una meta final, ni el resultado de llevar una vida de determinada manera, ni lo que logramos cuando hacemos las cosas que nos hacen "felices". Para mí la felicidad es un estado mental, cotidiano, que tenemos cuando trascendemos con nuestra cabecita las culpas, la maldad, el pasado...y estamos contentos de ser nosotros mismos.

miércoles, 1 de junio de 2011

Memorias de un puerto chileno


Llegar a Valparaíso fue para mí como emerger de una máquina de tiempo. El hostel donde debía quedarme quedaba sobre el Cerro Alegre, que le hace honor a su nombre con tanta profusión rimbombante de casonas mutilcolores de madera y cinc que trepan por la ladera. Con mi pesada mochila sin querer elegí subir por el camino más largo de ese laberinto que dice ser ciudad, construido a principios del siglo veinte. Época de una economía pujante exportadora de minerales que inflaba los bolsillos de las tradicionales familias castellano-vascas, de los comerciantes ingleses y los industriosos alemanes. Me imaginaba en ese trayecto a los jovencitos trabajadores chilenos llegados del campo para trabajar en el puerto junto a otro montón de italianos, amontonados en piezas húmedas y oscuras de pisos de madera crujientes. Sus espíritus todavía se pueden percibir por los zigzagueantes callejones, centenarios ascensores y escaleras infinitas.

Valparaíso es una ciudad de viejos barcitos históricos y otros sumamente posmodernos, que contrastan inevitablamente con los palacios decadentes y en ruinas que los alojan. Jóvenes punk, estudiantes hippones, muchos artistas y gente trabajadora circulan por las callecitas con especial orgullo porteño. Caminando por el mercado de una calle del centro con un nuevo amigo mexicano, buscando palta y fiambre para unas poco chilenas "tortas de jamón como las del Chavo", por un momento me dejé llevar. Creí estar en un universo paralelo, donde Allende logró terminar su mandato y fue despedido por multitudes en lágrimas en su funeral unos años atrás. Los chilenos siguieron yendo a las ferias de barrio inundadas por olor a sopaipilla a comprar los peces, mariscos, frutas y verduras. Un Víctor Jara ya viejito tocaba en un teatro del centro.

Valparaíso, a simple vista, parece el ultimo bastión urbano del Chile viejo, anterior a tanta modernidad y desarrollo consumista. Como si el tiempo no hubiera pasado, y tantas heridas no se hubieran producido.

Cosas que me encantan


Me encanta despertarme y saber que puedo dormir hasta la hora que se me antoje.

Me encanta la nieve mil veces más que el mar.

Me encanta cuando los pasajeros hacen chistes cuando hablamos.

Me encanta la cuadra donde vivo, limpia y con árboles.

Me encanta visitar amigos que viven lejos.

Me encanta reirme de mi y de mis amigos, solo o con mis amigos.

Me encanta pasar tiempo con mi familia.

Me encantan esos dos o tres días en el invierno que la temperatura llega a cero grados.

Me encanta leer el diario los domingos a la tarde.

Me encanta estar arriba de un micro o un avión muchas horas, pensando.

Me encantan las ciudades que conservan su patrimonio histórico.

Me encanta la historia, la política, la geografía y aprender otros idiomas.

Me encanta comer las cosas que engordan, especialmente comer afuera.

Me encanta Wikipedia.

Me encanta cuando tengo mucha química con alguien.

Me encanta que me digan "te extraño".

Me encanta escribir las pocas veces que me dan ganas.

domingo, 11 de julio de 2010

España con mis ojos



Hoy con mi papá y mi hermano festejamos el triunfo de la selección española, como si fueramos tres "gallegos" más. Celebramos por mi abuela, que en plena oscuridad franquista se marchó de un empobrecido pueblito y se subió a un barco en el puerto de Vigo. Buenos Aires la recibió en plenos festejos del año nuevo de 1954. Volvió varias veces a su Coruña querida, donde orgullosa les contaba a todos sus parientes de los logros de sus hijos en su tierra adoptiva. De regreso siempre había regalos para todos sus nietos, y muñequitas vestidas como galleguitas que adornaban nuestras casas. Y otra vez podía disfrutar en "a casa da miña avoa" de sus sopas riquísimas, lo que más recuerdo de ella, al igual que su risa contagiosa.
Mi mamá no sabe quienes serían sus ancestros españoles que en la época colonial tuvieron hijos vaya a saber con cuál india, chinita o mulata en Entre Ríos y Uruguay. Tal vez haya nacido en Andalucía o en Castilla La Vieja, el Zamora del que mi mamá heredó su apellido.
Gracias a las preferencias musicales de mis viejos pude disfrutar en mi niñez de las baladas de Camilo Sesto y Nino Bravo, y ya de más grande, el talento de Ana Belén, Victor Manuel y Serrat que cantaban en una España nueva, que tomaba a la democracia y la libertad otra vez como bandera.
Para mí España es la "camisa blanca de mi esperanza", el "Mediterráneo" del catalán, "Asturias" del asturiano y "Galicia cada dia mais linda" de los Pimpinela.
Tambien es la calidez de los españoles que me tocó conocer en la vida, en su inmensa mayoría gente amigable, respetuosa y divertida, con una familiaridad que si no nos hace sentir hermanos, por lo menos nos sentimos primos.
Hoy Holanda les jugó sucio y a los golpes, y los jugadores contestaron con más garra y fuerza. En estos tiempos económicos difíciles, deseo también que no caigan en el juego de las grandes corporaciones globales que obligan a ajustar siempre a los trabajadores y nunca a los verdaderos responsables de las crisis.
Sin estas historias de emigración y exilio, sin estos recuerdos y estos artistas, yo no sería el mismo. Y sin España, mi país tampoco.
"Nos haces siempre a tu imagen y semejanza
lo bueno y malo que hay en tu estampa
de peregrina a ningún lugar".

http://www.youtube.com/watch?v=PWvjSO6zbF4

martes, 1 de junio de 2010

La pregunta del siglo 21

Aunque todavía falten políticas estratégicas para muchos de los problemas que tenemos, estoy de acuerdo que el país cambió para bien especialmente en algo, que desde mi punto de vista, es alentador. La política otra vez empezó a ocupar un lugar central, y hay cada vez más temas en debate. Muchas veces se arman realmente debates muy agresivos y hay formas un poco salvajes con los que diferentes grupos tratan de defender sus intereses. Pero una sociedad siempre va a tener conflictos fuertes, luchas e intereses contradictorios. Y creo que la política tiene poder de trasnformación, más lenta o rápidamente, para bien o para mal. Siempre voy a creer en la política, aunque es preferible para ciertos intereses que seamos indeferentes o "apolíticos".
Algo que noté también es el deseo de participar y de movilizarse de mucha gente, incluyendo muchísimos jóvenes. Creo que muchos nos empezamos a dar cuenta que nosotros somos responsables de nuestro presente y futuro como nación. Y que si queremos vivir mejor, tenemos que empezar a pensar mejor la gran pregunta del siglo XXI: cómo construir naciones prósperas, pero socialmente inclusivas y tolerantes de las diferencias. Y realmente eso fue lo que se reflejó en los festejos: un país más abierto, multicultural, reflexivo, amante del arte y de la música. Por eso me emocioné tanto, porque creo que si seguimos exigiendo más a la clase gobernante y militando desde nuestra cotidianidad para mejorar nuestros valores, podemos constrir un país mejor.

domingo, 30 de mayo de 2010

Un sueño argentino


Doscientos años de pensarnos como pueblo. Dos siglos de sueños y promesas incumplidas, bonanzas y crisis, luces y sombras. Los festejos fueron un reflejo perfecto de un pueblo que disfruta de su cultura, se acuerda de su historia y valora al aporte de sus provincias y su vecindario sudamericano. Un pueblo seguramente mucho más grande y noble que su clase dirigente. Un país soñado por sacrificados burgueses idealistas, construido por egoístas y pretenciosas elites eurocéntricas, y también por la fuerza de los movimientos populares que de la mano del anarquismo, el socialismo, el radicalismo y el peronismo lograron torcer décadas de injusticias y explotaciones.
Hay muchos motivos para festejar. Nos caímos dramáticamente decenas de veces, mandamos a morir en guerras o expulsamos a tierras lejanas a miles de jóvenes, desaparecimos sueños y vidas. Pero de esas dolorosas experiencias surgió un pueblo mayoritariamente democrático, solidario y que valora las cosas simples de la vida. Gente que está cada vez más conciente de que la solución para nuestros problemas comunes tiene que venir de nosotros mismos.
El Bicentenario me demostró que hay motivos para creer que tenemos un futuro de mayor prosperidad, inclusión social y tolerancia mutua, el mismo futuro que veo para nuestros pueblos hermanos latinoamericanos. Los millones de personas en la calle y la calidad de los espectáculos artísticos demostraron lo mejor de nuestra cultura. Somos un pueblo diverso y contradictorio, pero que estamos empezando a mirar más hacia nuestro rico interior, aprendiendo a valorarnos más y a saber dar las gracias. Gracias Argentina, por todo lo que representás para mí.

domingo, 9 de mayo de 2010

POR QUÉ SE NECESITAN MENOS PREJUICIOS Y MÁS DERECHOS, Y EL ROL DEL ESTADO EN TODO ESTO

Yo creo en un Estado que intervenga para crear una sociedad con menos prejuicios, para que en algún momento aquéllos que son atacados y denigrados por no corresponder a una idea de "normalidad" dejen de serlo. O sea, hablo de los que desde el sentido común llamamos los putos, los gordos, los pobres, los feos, los travas, las tortas, los indios, los negros, los discapacitados, y demás miembros de una larga lista. Es importante que las personas con responsabilidad o gran capacidad de influencia en un grupo social como la clase dirigente, la comunidad educativa, los medios de comunicación o los médicos, entre otros, empiecen a tener en cuenta las diferencias que hay entre las personas, y las diversas dimensiones de la realidad que existen en una sociedad.
La idea de “normalidad” que puede confundirse con un dato estadístico o una idea de mayoría, ha sido apropiada por un discurso con una fuerte carga ideológica, y que es funcional a los factores de poder para mantener un “status quo”. Como se dice generalmente, la historia la escriben los ganadores, y ellos han logrado imponer derechos y obligaciones de acuerdo a sus criterios etnocéntricos, de superioridad racial y de género en las bases fundacionales de los estados-naciones. Y muchos prejuicios quedaron fosilizados en los diferentes códigos civiles, leyes y ordenanzas.
El estado es una construcción social, un invento de los hombres para crear un cierto orden, ejercer poder, da un marco regulatorio coherente y práctico a las actividades que se generan en los grupos sociales. Y cómo es un invento, y no algo natural, me parece correcto reclamar a los representantes que manejan la cosa pública que se den derechos a quienes no los tienen. Que el Estado recobre su acción trasnformadora y llegue hasta donde ahora no llega, o llega deficitariamente. Que se iguale para arriba y se le de dignidad e igualdad ante la ley a quien siempre estuvo sometido o con sus oportunidades o libertades restringidas.
Por eso estoy de acuerdo con una ley de matrimonio homosexual para igualar derechos a los diversos tipos de familia. O con una ley de obesidad para que puedan recibir tratamiento todos los que sufren esta enfermedad. O con una ley que combata la trata de blancas. O con una ley de medios que permita oir y analizar más voces, no sólo las rentables de acuerdo a la lógica del mercado o a las monopólicas. Estoy a favor de que el Estado subsidie a las familias de menores recursos con una transferencia de dinero directa para garantizar la educación y la atención sanitaria de millones de niños. Leyes para urbanizar los asentamientos y villas e instalar agua potable, cloacas y calles donde no hay. Todas estas leyes me parecen que avanzan en la dirección de apostar por el futuro, poniendo derechos donde no los hay.
En definitiva, es una cuestión de traer dignidad a todos a los que les ha sido denegada por años, e incluso por generaciones. Para que donde haya prejuicios, marginación y denigración, surjan sujetos plenos de derechos, con capacidad para desarrollarse dignamente como personas. No es pretender suprimir las diferencias, o el discurso vació de "está mal discriminar". Es reconocer lo diferente, admitirlo y celebrarlo. Pero que esa diferencia no signifique ser menos ante la ley y ante los demás. Creo que todos nos merecemos esto, por más lejos de la “normalidad” el discurso dominante nos quiera considerar.