viernes, 6 de septiembre de 2019

Barcelona, amor a primera vista

Alcancé de casualidad a ver los últimos minutos de la final de la Champion Leagues. Y al ver las banderas de Cataluña en el festejo del Barça me acordé de esa increíble ciudad, que fue mi favorita entre varias que conocí. Fue en febrero de 2013 cuando la recorrí por primera vez (y claro que no sería la última). Entré a la parte histórica del área central arriba del micro que venía del aeropuerto. Todo se veía incluso mejor que en las fotos: filas de edificios de principios de 1900 decoraban las veredas anchas, limpias y arboladas con plátanos. Me hacían acordar a la Avenida de Mayo, una de mis preferidas de Buenos Aires, pero como si estuviese repetida cientos de veces en todas las direcciones. 

Tenía solo tres días para conocer la ciudad, y la verdad que creo que solo pude ver un 10%. Pensé que lo que más me iba a impactar serían las monumentales obras modernistas de Gaudi. Pero en realidad me llamó mucho más la atención el barrio gótico, un laberinto de estilo medieval surtido con una mezcla de negocios y cantinas, tanto hiper-modernas como tradicionales. Comprar un desodorante en una de estas farmacias antiguas casi terminó en fracaso, la vendedora solo quería comunicarse con nosotros en catalán.  

En algunos barrios prácticamente la mitad de los departamentos tenían a la bandera catalana colgando de sus balcones. Las bandas intercaladas amarillas y rojas como señal de soberanía y de identidad propia. "Y cómo no darles la razón" pensaba yo bajo el hechizo de ese lugar.

domingo, 22 de junio de 2014

Un suspiro limeño

Llegué al aeropuerto de Lima acompañado de una amiga. De repente me acordé de todas las anécdotas de Teodosia, la señora que cuidaba a mi abuela durante mis primera adolescencia. Mientras cocinaba sus papas rellenas, lomos salteados o salchipapas me contaba sobre la belleza de barrios como San Isidro y Miraflores, lo peligroso que eran los pueblos jóvenes, lo poco seguido que se veía el sol.

El aeropuerto se veía modernísimo, pero sus colores pasteles y los "free-shop" que vendían muñequitos de cholitos y cholitas con sus sombreros chullos le daban una clara impronta andina. Varios amigos que habíamos conocido trabajando en Estados Unidos nos recibieron con una inmensa sonrisa en sus rostros. Estaban felices de vernos llegar. Nosotros estábamos más felices de volverlos a ver y de visitar su país.

Por unos temas laborales, mi estadía planeada de una semana se convirtió solamente en unos insuficientes dos días. Mi primer plan fue conocer el centro histórico, con sus iglesias y palacios que tantas veces tuve que repasar para el final de arte hispanoamericano. Grande fue mi sorpresa al ver todos los edificios coloniales y barrocos en perfecto estado de mantenimiento y a la plaza mayor impecable, como un fiel reflejo de ese viejo Virreinato extremadamente rico e influyente. Pasé por callecitas repletas de comercios y de restaurantes chinos, hasta tomar el colectivo que me llevó de vuelta al próspero Miraflores, donde me estaba alojando.

"La playa de Lima es peligrosísima, siempre sacan a varios ahogados por día" exageraba Zoraida, la hija de Teodosia cuando me contaba hace años sobre su Lima natal. Lo tenía que ver con mis propios ojos, y allí fui cruzando puentes y bajando escaleras hasta la base de los empinados acantilados del litoral marítimo. La playa era un colchón infinito de cantos rodados de color gris, en el mar limpio y azul se veían surfers diseminados entre la bruma, y a lo lejos un muelle metido varios metros en el mar alojaba al restaurant más conocido de la capital. Al sol todavía no le interesaba mostrarse.

Faltaban solo unas horas para tomar el vuelo de vuelta a Buenos Aires y nuestros amigos nos convencieron de conocer Barranco, el barrio más bohemio y pintoresco situado a unos kilómetros más al sur. Entre casonas antiguas y cafés tradicionales sacamos mis últimas fotos de un atardecer en el Pacífico. Por suerte, aunque duró lo que un suspiro pude estar allí. Por suerte, en ese atardecer el sol se dejó ver.

martes, 20 de noviembre de 2012

Mi opinion sobre este movidito 2012.

Nestor Kirchner llego a la presidencia con solo el 22%. Supo acumular poder aliado al oscuro aparato del Peronismo bonaerense (Duhalde), a Moyano, al Grupo Clarín, a un ala del radicalismo, y a los organismos de Derechos Humanos. 2005, Cristina vs Chiche. Divorcio en el conurbano: Chau Duhalde. En 2007, CFK es presidenta con el 45%. 2008 y crisis del Campo con nuevos divorcios: el radicalismo K (Cobos y su voto no positivo) y el grupo Clarín, con el cual todavía se dirime judicialmente la repartición de bienes. Llega 2011 y el 54%. "Se le debe algo a alguien????" Chau Moyano. Nuevo divorcio, para buscar nuevas parejas unidas y organizadas. Los hijos mientras tanto sufren las peleas, los gritos, las amenazas, los juicios son largos y angustiantes. Los padres quieren que se pongan de su lado. "Tu mama es una bruja, una loca, una yegua". "Tu papa es un ladrón, un violento, un sinvergüenza". A lo mejor, lo mas sano para la familia es que se separe lo que nunca debió estar junto...Eso si, que nadie diga ahora que no sabia con quien se estaba casando.

viernes, 17 de agosto de 2012

Colombia (o Brasil en Castellano)

            Mis amigos colombianos me van a odiar cuando lean que una de las primeras impresiones que tuve de su país fue: "Es como Brasil, pero en castellano". Para ser más específico, esto me vino a la mente cuando llegué a Medellín. La exuberante vegetación que trepa por los cerros que la rodean, el clima tropical, la alegría de la gente, los colores de las ropas, y sobre todo las mujeres curvilíneas caminando con tacos altos, me remitieron inmediatamente a ciertas imágenes mentales que guardo de Belo Horizonte o Río de Janeiro. En cambio Bogotá, como buena metáfora de la rivalidad entre "paisas" y "rolos", es completamente diferente: más fría, nublada, seria, ocupada, histórica. Me impresionaron las zonas G y T, con lujosos locales comerciales que hacen ver a Palermo Soho como un mercado de barrio. El hermoso laberinto de La Candelaria lleno de centenarias casas bajas y pintorescos restaurantes me hizo lamentar tener que irme tan rápido.

             Me fui triste de Bogotá en ese autobús nocturno con dirección al oeste, que atraviesa los gigantescos Andes y las que se sintieron como mil curvas. Medellín me tomó por sorpresa, como una avalancha de colores, árboles, calor, gente circulando. Y por las noches otra avalancha de jóvenes yendo de bar en bar en el Poblado o la 33. Más al norte sobre la costa, Cartagena de Indias fue como un viaje en el tiempo por el poderoso Reino Español de Ultramar, donde se ven fuertes, murallas, castillos y mansiones de estilo andaluz dignas de virreyes, condes y duques. Todo perfectamente restaurado y pintado con alegres colores pasteles, armonizando con las variedades de verdes, celestes y turquesas de sus aguas caribeñas.

              Lo que dicen de Colombia es casi todo verdad. Es todavía un lugar donde la gente se pone contenta de que lleguen viajeros, las sonrisas cálidas son genuinas cuando se enteran que decidiste pasear por su diversa nación. Sí, pude experimentar la legendaria amabilidad y buena onda de los colombianos. Tengo que agradecer a tantos conocidos que allá me hicieron sentir como amigo de toda la vida y me ayudaron a conocer más su historia y cultura. Es verdad que la guerrilla ya no es un problema tan grande como antes. Además, es cierto que muchos extranjeros se quieren quedar a vivir, como dice la publicidad que pasan en CNN. En realidad, la única mentira sobre Colombia es que sea una copia de Brasil, en castellano.

jueves, 2 de junio de 2011

Pregunta




Un amigo preguntó qué es la felicidad. Y yo pensé. Y creo que la felicidad no es una meta final, ni el resultado de llevar una vida de determinada manera, ni lo que logramos cuando hacemos las cosas que nos hacen "felices". Para mí la felicidad es un estado mental, cotidiano, que tenemos cuando trascendemos con nuestra cabecita las culpas, la maldad, el pasado...y estamos contentos de ser nosotros mismos.

miércoles, 1 de junio de 2011

Memorias de un puerto chileno


Llegar a Valparaíso fue para mí como emerger de una máquina de tiempo. El hostel donde debía quedarme quedaba sobre el Cerro Alegre, que le hace honor a su nombre con tanta profusión rimbombante de casonas mutilcolores de madera y cinc que trepan por la ladera. Con mi pesada mochila sin querer elegí subir por el camino más largo de ese laberinto que dice ser ciudad, construido a principios del siglo veinte. Época de una economía pujante exportadora de minerales que inflaba los bolsillos de las tradicionales familias castellano-vascas, de los comerciantes ingleses y los industriosos alemanes. Me imaginaba en ese trayecto a los jovencitos trabajadores chilenos llegados del campo para trabajar en el puerto junto a otro montón de italianos, amontonados en piezas húmedas y oscuras de pisos de madera crujientes. Sus espíritus todavía se pueden percibir por los zigzagueantes callejones, centenarios ascensores y escaleras infinitas.

Valparaíso es una ciudad de viejos barcitos históricos y otros sumamente posmodernos, que contrastan inevitablamente con los palacios decadentes y en ruinas que los alojan. Jóvenes punk, estudiantes hippones, muchos artistas y gente trabajadora circulan por las callecitas con especial orgullo porteño. Caminando por el mercado de una calle del centro con un nuevo amigo mexicano, buscando palta y fiambre para unas poco chilenas "tortas de jamón como las del Chavo", por un momento me dejé llevar. Creí estar en un universo paralelo, donde Allende logró terminar su mandato y fue despedido por multitudes en lágrimas en su funeral unos años atrás. Los chilenos siguieron yendo a las ferias de barrio inundadas por olor a sopaipilla a comprar los peces, mariscos, frutas y verduras. Un Víctor Jara ya viejito tocaba en un teatro del centro.

Valparaíso, a simple vista, parece el ultimo bastión urbano del Chile viejo, anterior a tanta modernidad y desarrollo consumista. Como si el tiempo no hubiera pasado, y tantas heridas no se hubieran producido.

Cosas que me encantan


Me encanta despertarme y saber que puedo dormir hasta la hora que se me antoje.

Me encanta la nieve mil veces más que el mar.

Me encanta cuando los pasajeros hacen chistes cuando hablamos.

Me encanta la cuadra donde vivo, limpia y con árboles.

Me encanta visitar amigos que viven lejos.

Me encanta reirme de mi y de mis amigos, solo o con mis amigos.

Me encanta pasar tiempo con mi familia.

Me encantan esos dos o tres días en el invierno que la temperatura llega a cero grados.

Me encanta leer el diario los domingos a la tarde.

Me encanta estar arriba de un micro o un avión muchas horas, pensando.

Me encantan las ciudades que conservan su patrimonio histórico.

Me encanta la historia, la política, la geografía y aprender otros idiomas.

Me encanta comer las cosas que engordan, especialmente comer afuera.

Me encanta Wikipedia.

Me encanta cuando tengo mucha química con alguien.

Me encanta que me digan "te extraño".

Me encanta escribir las pocas veces que me dan ganas.